Cuento de San Valentín

Lo he titulado cuento de San Valentín ahora, a decir verdad, por rellenar. Pero el siguiente texto es de mediados de 2004. Sin más preámbulos, os dejo con él:

Máquina de escribir antigua

Un gris retazo de cielo es aún más triste a través del frío cristal de una habitación a oscuras. Una canción puede desgastar más allá de los oídos.

Así pasaba las horas Moisés, dejando que los recuerdos lo devorasen, convirtiendo en despojo su ya maltrecha razón. Los días, monótonos. La vida, vacía. Y la existencia, absurda. Ese era su sentir al ver, sentado en la cama con la pared como respaldo, las nubes pasar frente a su ventana.

Mientras Moisés parecía luna nueva, Lidia era Sol de mediodía. Tal era su diferencia. Cómo no va a ser optimista quien irradia la vida. Quién encerraría, en un presidio como el de Moisés, tanta ternura como Lidia emana.

Ambos eran incapaces de pensar que sus caminos podrían cambiar repentinamente. Y mucho menos entrecruzarse. Pero el azar no rinde cuentas a nadie. Nada sabían el uno del otro, pero fue ese misterio ante lo desconocido lo que hizo mágico el encuentro.

No se conocen todos los colores del arco iris hasta ver sus miradas enlazarse a través del éter. No se descubre la auténtica luz hasta asomarse al interior de sus ojos. Nadie siente el temor con tanto deseo como sus labios.

Moisés sueña despierto, o así lo cree. Sueña con una tibia brisa susurrando, mientras el áureo astro acaricia su piel. Es el rostro de Lidia quien dibuja su sueño, fiel reflejo de un dulce amanecer.

Las grises nubes pasaron a ser, a medida que las conversaciones entre ellos se sucedían, blancos pedazos de esperanza. Pared y ventanas desaparecieron del mundo que él veía. Las fuerzas que antaño lo anclaran se convertían en alas que lo llevarían en pos de la sublime expresión. Cada mañana despertaría descubriéndose feliz en cada espejo, escuchándose cantar bajo los árboles, suspirando ante el recuerdo de sus labios.

Y llegó el día. Tumbados, buscando en el cielo lo que anhelaban el uno del otro. Intentando escucharse los pensamientos. Sintiendo el poder de la gravedad entre sus bocas. Resucitando sus aletargadas lenguas con cálido contacto. Redefiniendo el placer de la humedad ajena. Forjando los segundos con los pétalos de su historia.

Tras la breve inmortalidad, abrieron los ojos y comenzaron a labrarse el camino que los llevase al primigenio paraíso que ese día crearon.

Manolo y Manuel (V)

Manolo llegó al portal de Cynthia a las nueve y diez. Como no quería parecer impaciente, se acercó al bar de la esquina, se sentó en un taburete de la barra y pidió un agua con gas. Al cabo de quince minutos llamó al timbre de Cynthia.

-¿Sí? -Hola Cynthia, soy Manolo…

-Bajo enseguida.

Manolo esperó los dos minutos que tardó Cynthia pegado al cristal, esperando ver la luz de la escalera.

-Estás radiante.

-Gracias. Aunque siempre dices lo mismo, ya no sé si creerte.

-Es que sueles estarlo, pero esta noche especialmente. Espera un segundo, voy a parar un taxi.

El taxi les dejó en la puerta del Orillas del Danubio a los pocos minutos. Guardaron sus abrigos, los llevaron a la mesa y tras tomar nota los volvieron a dejar a solas.

-Podría cenar aquí mil veces más y nunca me cansaría.

-Por eso quería celebrarlo aquí, sé que te gusta.

-Lo que me gusta más es el motivo de hoy. Es magnífico, me alegro tanto por ti…

-Sí, es una gran oportunidad, espero que todo salga bien. Lo cierto es que está todo casi a punto, el corrector ya ha dado el visto bueno.

A lo que Cynthia respondió con una simple sonrisa. Aunque una sonrisa como la de Cynthia difícilmente se podría calificar de simple. Para Manolo su sonrisa era el disparador para que toda esa legión de mariposas que revoloteaban por su estómago cuando ella estaba cerca alzasen el vuelo. Él sabía que probablemente era más que evidente su interés por ella, pero también sabía que ante una mujer así sólo podía presentarse con la más absoluta claridad como tarjeta. Por primera vez en su vida sentía que el universo lo estaba tratando bien y quería aprovechar el momento. Esta noche se iba a aventurar, sería completamente sincero con ella.

Manuel paró para reflexionar. ¿Se proponía escribir algo tan triste desde el principio? Estaba claro que todo parecía irle bien a Manolo, pero aún no sabía que Cynthia ya tenía otros planes. En cualquier caso, le daba cierta envidia que a su personaje le fuese tan bien en ese momento, era una sensación tan agradable que se preguntaba por qué el destino no le había concedido ese lugar a él.

Bien podría escribir una historia con final feliz, no era esa tontería de que los personajes toman vida ni nada por el estilo lo que no le permitía replantearse la trama. Manuel sabía que las historias felices no venden, la felicidad es algo que se imagina, que se sueña, pero ni la imaginación ni los sueños son algo por lo que se pueda cobrar, eso lo sabía desde pequeño.

-Yo…

-Escucha Manolo, tengo algo que decirte…

-Dime, de repente pareces seria.

-Es que es algo importante. Me voy. El martes.

-…

Manolo no sabía aún a que se refería Cynthia, pero de repente se desvanecía toda su seguridad, toda la confianza con la que la iba a abordar con ese «Yo…». De acuerdo, quizá no fuera mucha seguridad, pero era toda la que él tenía. Y de repente, con ese «Me voy», se resquebrajaba su mundo incluso antes de que le contaran exactamente por qué.

-… ¿A dónde?

-A Jordania.

-¿Vacaciones entonces?

-No. Tú sabes que siempre he sido reservada sobre mi vida privada, hasta es posible que nunca te haya contado a qué me dedico, pero es que eso no importa. La cuestión es que no se por cuanto tiempo voy a estar fuera, tal vez sean sólo seis meses, quizá un par de años, aún no lo sé. No me gustan las despedidas, pero quería que tú lo supieras, eres de las pocas personas en mi vida que merecen una explicación.

No es que se le hundiese el mundo, es que le estaba explotando. «Sólo seis meses» y lo decía así, como si no fuesen nada. Como si Manolo no la necesitase para mantener la cordura, o tal vez para alimentar la locura que es ser escritor. Cynthia no era su musa, era el amor de su vida, no podía perderla antes de decirle lo que tenía planeado decir esa noche. ¿Pero cómo hacerlo después de oír ese «Me voy» sin aderezar? Aunque por otra parte, le animaba saber que era importante en su vida, como había entendido de su última frase.

-Te has quedado mudo. Entiendo que te sorprenda. Pero hay veces que hay que seguir las oportunidades cuando surgen, tú lo debes entender mejor que nadie. Hay que darlo todo cuando…

-Cynthia, yo…Ehm… Antes, quería decirte una cosa… Pero ya no sé cómo. Es decir, antes lo sabía, qué y cómo pero ahora…

-Te escucho.

Cynthia dejó sobre la mesa la copa de vino de la que estaba a punto de beber, para dar énfasis a que tenía toda su atención. Sabía de su timidez y quería ponerle las cosas fáciles. Manolo aprovechó para dar un sorbo de valor en su copa de agua.

-Cynthia… Yo quería decirte que para mi no eres solo una amiga. Tú has sido mi motivo para escribir durante todo este tiempo. No me refiero a mi musa, eso son tonterías. Me refiero a que si me he atrevido a dedicarme en serio, a poner todos los huevos en la cesta, ha sido por ti. Supongo que estarás pensando que uno espera un discurso más poético de un escritor. Pero ya ves, la improvisación no deja más lugar, son tantos sentimientos encontrados que una palabra atropella a otra y… Lo que quiero decir, es que tú me has dado el valor, pero no por tus ánimos como amiga. Me has dado el valor que necesitaba porque quería impresionarte. Quería demostrar que podía ser todo aquello que tú decías que era. Quería ser tu héroe. ¿Qué absurdo, verdad? Infantil, cuanto menos. Pero creo que a estas alturas ya sabrás que si quería llegar a ser algo era por ti. Porque te quiero. Pero con todo su significado. Porque te quiero a mi lado, siempre, más de lo que haya podido querer cualquier otra cosa, cualquier otra persona…

-Manolo…

-Dime, creo que ya no tengo mucho más que decir, por tu cara creo que lo has entendido perfectamente.

-No entiendo por qué has escogido este momento, precisamente este.

-Hace mucho tiempo que debí haberlo hecho, es cierto, pero no me puedes culpar de querer decírtelo antes de que te vayas. Ya lo tenía planeado, solo es que te me has adelantado con la noticia de tu marcha. Creo que es mejor que olvidemos el asunto.

Ahora habían cambiado los papeles. El rostro de Cynthia ya no era un lago en calma, estaba visiblemente turbada. Se sentía en un callejón sin salida. No quería hacer daño a Manolo, pero no había vuelta atrás, no podía quedarse en esa ciudad que estaba ahogando sus sueños.

Manolo, en cambio, había tomado las riendas de la conversación, no necesitaba una respuesta. De hecho, no había formulado ninguna pregunta. Pero estaba claro por la cara de Cynthia que no era correspondido. Manolo se sentía como un animal dentro de su jaula, al que miran con cariño pero con lástima. Y no iba a permitir que Cynthia lo viera desmoronarse, ya había estropeado la noche, no quería hacerla pasar por eso.

-Manolo, sabes que para mi eres muy importante… Pero me voy el martes, eso no va a cambiar.

-No te he pedido que no te vayas. Solo quería que lo supieras.

Tras largos silencios y algunas frases sin importancia, la cena y la conversación acabaron ahí, con el eco de una frase tan estúpida como esa. «Te quiero, tenías que saberlo, adiós». Si Manolo algún día superaba aquello, tal vez hasta pudiera reírse.

Decidieron volver paseando hasta casa de Cynthia, dejando de lado la conversación, fingiendo que no había existido. Largos silencios, paso corto, en una noche fría para la piel y el corazón.

-Hemos llegado…

-¿Nos veremos antes de que te vayas?

-Probablemente no.

-Entonces… suerte.

La besó en la mejilla mientras pronunciaba «suerte». Quizá nunca antes a Cynthia le habían deseado algo con tanta sinceridad, con tanto amor, y que le hiciese tanto daño.

Manolo separó la cara y mientras se separaba, durante un segundo, se quedó quieto, mirándola fijamente. Cualquier enamorado podría pensar que estaba deseando besarla. Algún poeta podría pensar que estaba grabando su rostro en la memoria, para no perderla jamás. Pero Manolo simplemente se dio media vuelta y se alejó lentamente.

Y no miró atrás, porque ella nunca lo hacía. Quería demostrarle que aunque se fuera, ella no sería un recuerdo que se fuese ajando con el tiempo. Ella se había mezclado con él. Que podría sobrevivir con lo aprendido de ella. Pero se había mezclado tan irremediablemente, que sentía que las mariposas de su estómago morían a medida que se alejaba. Morían, junto a los sueños de Cynthia, ahogados todos por aquella ciudad.