De invierno a primavera (I)

Invierno sombrío, sembrado de gris, como nunca antes lo estuvo. Turbio, de dudoso fin.

Cuando uno no tiene dónde agarrarse, la caída no termina.

Las mañanas comienzan con las sábanas agarrándome para que no huya. De veras que les haría caso si en ellas la noche no escondiese las mismas pesadillas que el día. Salgo a la calle, el paseo aguarda con esos arboles tristes de las fotos de antaño. El viento frío golpea la piel y me recuerda que sigo vivo, que estoy despierto, que esto es real. Los campos son desiertos de hielo, un fondo marrón y cuatro briznas de un verde que lucha con el blanco. Y pierde.

La jornada es como una terapia de hipnosis, mucho rato haciendo cosas sin sentido, que no recordarás más tarde. Vuelta al camino, ya ha oscurecido. Los árboles se asoman de dos en dos. Aparecen por delante, desaparecen por detrás.

Es como si tuviese un gran foco sobre mí.

Llego a casa. Ceno. Hago ver que no me importa no saber qué decir, no saber qué hacer. Me acuesto. El despertador me grita, las sábanas me agarran.