El largo silencio no es casual, casi nunca lo es. Hay ocasiones en que el olvido se apodera de tu vida y te instalas en eso que un gran amigo llama, no sin cierta acritud, «tarifa plana».
En otras, el torrente de sensaciones que te embarga se hace tan poderoso que no admite simplificaciones, se niega a cruzar la piel, te congela la palabra.
Y lo peor es no saber si lo que me pasa es lo uno o lo otro.