Mentes abstractas

 

«Eres muy simpático con gripe» me dijeron ayer de forma irónica. Hoy he comprobado que es cierto, que el malestar general me tiene más irritable de lo habitual. Que me cuesta poner buena cara a los clásicos «yo-esto-no-sé-hacerlo» y a los «tenemos-que-hacer-esto-pero-yo-no-voy-a-ser-y-a-ti-no-te-voy-a-dejar».

 

Nada extraño, por otra parte. Parece bastante lógico que si no te encuentras bien no tengas ganas de poner buena cara a cosas que de entrada nunca estuvieron bien. ¿Verdad? Porque no hay que darle demasiadas vueltas a la cabeza para encontrar en el mundo laboral muchísimas situaciones que no son ni justas ni coherentes.

 

Así que más que permitir que la lengua flagele a los indignos por pura frustración, lo que hago es preguntarme qué es lo que hace que estas personas no sean más que mentes abstractas. Desde el punto de vista de la falta de concreción: no concretan sus ideas, no ejecutan sus planes…

 

Si fueran arte serían forma, o color. Siendo estructuras vacías no pueden ni representar.

 

 

 

¿A dónde van las marcas de frenado?

Hace días que me fijo en las marcas de frenado de la carretera. Muchas indican claramente como el vehículo impactó contra la valla o muro de protección y rebotó hacia el lado contrario. Otras sólo van hacia afuera, sin rebote.

 

Y no puedo dejar de pensar en el punto en el que dejan de marcar.

¿Se detuvo?

¿Dejó de patinar la rueda?

¿O es que llega un momento en el que dejas de frenar?

 

Y es esta última pregunta la que te lleva a todo un mundo de nuevas preguntas. ¿Voluntario, inconsciente, inconsciencia, …?

 

Quizá el punto en el que los frenazos dejan de marcar, las huellas dejan de existir, las personas dejan de ser.

 

Quizá en esto último esté equivocado: cuando los frenazos de la vida te dejan de marcar, tus huellas empiezan a existir y tú, a ser.

 

Sin pretenderlo y por casualidad

Hoy vengo a contar una historia que la mayoría ya sabe. Sólo por el placer de contarla:
 

Todo empezó como dicen que empiezan las grandes cosas, sin pretenderlo y por casualidad. Hacía tiempo que me apetecía ir a Istanbul y por avatares de la vida solo conseguí llegar al vestíbulo del aeropuerto esperando que se resolviese el conflicto con los controladores. No pudo ser, pero al cabo de un tiempo…

Otra oportunidad. «¿Hacemos algo estas vacaciones? ¿Estoy mirando Tokyo, te apuntas?». Casualidad, como decía. Resultó que las ofertas eran engañosas y no estaba tan al alcance como parecía. «¿Y qué te parecería Istanbul?». «Bien, pero que se apunta una amiga». Sin pretenderlo. Y allí dónde iba una amiga, al final es otra. Por casualidad.

Hablar contigo -me permitiréis que me dirija directamente a ella-, por chat y sin conocerte de nada, fue una experiencia inusual. Conexión es quizá la mejor palabra que se me ocurre. Sentía que entendía lo que esperabas del viaje, lo que te apetecía hacer. Progresivamente, decir poco a poco sería mentir, salieron flecos personales que se entremezclaban con todo el asunto del viaje.

Empezó a darme más ganas conocerte que ver la ciudad en sí. Ahora quizá suene fácil decirlo, pero en aquel momento empezaba a ser sorprendente. Y empecé a pretenderlo. Esa conexión no era como para dejarla pasar. Nunca he creído en el destino pero uno debe aprovechar esos instantes donde surge la magia, la belleza a veces aparece en un rincón olvidado.

«¿Qué te parece si nos conocemos antes del viaje?». No sé exactamente como pasé de pretenderlo a conseguirlo, quizá el arrojo también aparece en los rincones olvidados. Y así fue por mi lado del mantel, el resto lo conoces bien.  Casualidad. Pretenderlo… a eso puede que le diéramos la vuelta por el camino. Es como esas bolas de paisajes nevados: las agitas para que empiece a nevar y posiblemente no te sorprenda que lo haga, pero no dejas de admirar la escena.

Nuestro paisaje, el que nos ha traído hasta aquí, puede ser sorprendente. Lo que de verdad impresiona es la belleza del paisaje.

 A Ro

PD: Casualmente, en el preciso instante en que se ha publicado esta anotación hace un mes que emprendimos ese otro viaje, el que de verdad ilusiona. Quizá algunas cosas sí las pretendiera ;)

 

Fotografiando el camino

Hace mucho tiempo que me gusta la fotografía. Podría decirse que toda la vida. Recuerdo que de pequeño me encantaba usar la pequeña cámara compacta, obviamente de carrete. Recuerdo lo feliz que fui la primera vez que me dejaron que me la llevase a una excursión. Tengo imágenes de mi padre enseñándome su cámara réflex, mostrándome los diales con los que se controlaba.

Es curioso, creo que en algún momento de la adolescencia borré todos esos recuerdos felices de la infancia. Los de la fotografía y los otros. En algún momento me perdí en esa espiral de sombras que te deja desnudo frente a la vida adulta. O así me sucedió a mí. Fue sin darme cuenta, no era consciente de ello. Poco a poco, tras las sucesivas introspecciones, buscando lo que todos buscamos sin saber qué es, me di cuenta de que había algunas cosas felices que quedaron atrás. Cosas que quizá no era demasiado difícil recuperar.

De las cosas perdidas, una era la escritura. Había vuelto sola. Es algo que viene y va, que me posee y me abandona. Otra era la fotografía. Decidí que me compraría una cámara compacta. Ya asentada la era digital, ahora era mucho más barato practicar hasta conseguir algo medianamente decente. Maldito perfeccionismo, aún me acompañaba. Y lo hice. Me compré una cámara compacta digital y empecé a hacer fotografías por hacerlas, por practicar. Luego aprovechando cualquier excusa, cualquier viaje para hacer todas las fotos posibles. Nunca personas, siempre arquitectura o paisaje. Soy así. Busco lo artístico y a veces olvido lo real. Últimamente, ya había llegado el punto en el que organizaba excursiones o viajes sólo como excusa para poder hacer fotos. De complemento a motivo. Era hora de dar un paso más. Al fin y al cabo, ¿cuántas cosas que te proporcionen felicidad están únicamente en tus manos? (Llegado este punto, debo reconocer que esta reflexión se la debo a una amiga)

Así que por fin lo he hecho. Me he comprado una cámara réflex digital. Y el primer hito importante será Istanbul, con su Gran Bazar, su Mezquita Azul, su Aya Sofia, su Cuerno de Oro  y todas esas otras cosas que nos quiera mostrar. Mientras tanto, seguiré fotografiando el camino. Seguiré desandando la vida hasta esa felicidad que algún día tuve, en esa infancia olvidada.

PD: La fotografía que encabeza esta entrada corresponde a la primera salida con la nueva cámara. Podéis ver el resto de las fotos aquí: http://www.flickr.com/photos/mikypetit/sets/72157625403255838/

Por razones que desconozco

Por razones que desconozco dejé de escribir. Poco a poco. Por despiste, por vagancia. Olvidé lo que gratifica que un montón de amigos y desconocidos escruten los significados ocultos entre líneas, buscando eso que intuyen que no me atrevería a decir.

Lo cierto es que hay pocas cosas que no me haya atrevido a decir en este escaparate. He relatado añoranzas por seres queridos fallecidos, ilusiones solitarias, pasiones compartidas, recuerdos de niñez. Y sin embargo, siempre escribí ficción.  Los que me conocen saben que, aunque sí que en cierto momento tuve esa ilusión, lo de ser escritor siempre me ha parecido algo inalcanzable y para lo que se requiere una constancia que nunca he practicado.

Por razones que desconozco, sintiéndome bloqueado y atrapado, me parece que convertir de nuevo la escritura en vía de escape pueda ser una ayuda. Para resituarme y reconstruirme. Para volver a ser lo que quizá no había conseguido ser. Para colocar de nuevo la vida en su sitio, entre el hambre y la comida.

Por razones que desconozco, casi por impulso, he decidido retomar este espacio y convertirlo en lo que en realidad siempre debió ser: un espacio personal. Así que con esta parrafada que os he soltado, doy por reinauguradas las sombras, doy por reconvertida su misión.

Que se apague la luz, que se encienda el camino.

Aquest cop l’harmònica…

Aquest cop és l’harmònica
qui arrenca els gemecs a la boca
i no pas a l’inrevés.

Són sons de record,
són llàgrimes d’enyorança,
són plors d’infant perdut.

Instrument amarg que treus l’aire de l’ànima
no matis l’oblit buidant-li les venes,
perquè quan no hi és ell no hi ha res,
perquè l’oblit implica l’existència.

Mentre tu toques les estrelles minven,
el mar s’enfosqueix.
Mentre tu toques,
retorna el neguit de saber que ell no tornarà.

No són tons d’òpera.
Són els crits d’esglai per el malson que començà quan va marxar.
Són els crits d’esglai d’una lluna que el troba a faltar.

Escribí este texto en abril del año 2002, creía haberlo publicado ya. Si lo hago ahora es porque justo hoy hace diez años que la armónica dejó de sonar. Queda todo tan lejano, que ni siquiera recuerdo bien cómo sucedían esos cambios de idioma en una misma frase. Ni siquiera recuerdo bien cuál era su voz. Y sin embargo, sigue tan viva su ausencia.

Hace diez años que la armónica dejó de sonar y desde entonces reposa en un cajón, bajo mi cama. A veces la saco de su estuche, la miro y pienso en tocarla, en que vuelva a sonar. Pero es que hace diez años que dejó de sonar y ni siquiera recuerdo su voz…

De invierno a primavera (II)

Primavera. Queda lejos el invierno. Tanto que hasta que no lo pienso no vuelven los recuerdos de días afilados y sábanas de cartón.

Salgo a la calle. El sol regando los campos que resplandecen de un verde brillante mecidos por la brisa. Al compás, la piel siente el baile del viento. Un baile que avanza y retrocede, que gira y se sostiene. La sonrisa se ensancha. A mis ojos, la belleza lo impregna todo. Puede que sea un estado mental, pero es como ese tono saturado de las fotografías de las revistas de glamour, tiene ese algo irreal que magnetiza.

No importa demasiado lo que hagas hoy mientras no te impida llegar a mañana.

La jornada vuela, soñando el mañana quizá, disfrutando el presente. Claro que importa lo que hagas hoy. Claro que importa que sonrías. Pero es que ya no te cuesta nada. El sol lo ha inundado todo. La luz ha teñido de tonos rojizos la piel, los arboles, el camino…

Regreso a casa, pienso en ello. ¿Ser conscientes de la propia felicidad es lo que nos hace humanos? Puede que no, pero es lo que nos hace felices.

Feliz, soy feliz.

¿Cuánto hace que no puedo decir eso? ¿Lo había visto tan claro nunca? Es ser consciente lo que lo hace magnífico. Poder saborearlo. Es como cuando estás a dieta y haces una excepción: ese helado que hace tanto que no probabas y que no sabes cuando volverá. Eso lo hace aún mejor.

Tropiezo con una piedra. Casi me caigo, ha dolido un poco el golpe… Vuelvo a reflexionar.

¿Ser feliz te hace más reflexivo? ¿Ser feliz es no sentir los golpes?

Claro que no, por mucho que digan, ser feliz no es volverse idiota. Es que no te importe que te lo llamen.  Es que sepas que el golpe pasa y la sonrisa permanece. Es pensar, o sentir, o reflexionar, sin que haya una clara barrera entre ellas…

Llego a casa. ¿Estarás? Porque todo esto es por ti. Hablo contigo, sonrío. Por dentro y por fuera.

Cuando estoy contigo me cogen agujetas de sonreír.

Por dentro y por fuera. Hacía tanto que no lo hacía… Sobre todo, por dentro.

Es como si tuviese un gran foco delante de mí. Me alumbra el camino.

El camino, hacia ti. Porque todo esto es por ti.

Ceno.

Me acuesto.

Sonrío.

Me duermo.

Sueño.

Camino soñando, sonrío dormido. Porque todo esto, es por ti.

Una «X» roja

Una «X» roja en un cuaderno usado. Un banco mitad al sol, mitad en sombras. «¿En que se parece un cuervo a un escritorio?»

«Soledad norte más soledad sur». Dos baldosas que encajan y, sin saberlo, forman parte del camino de un parque. Estatuas sin sentido pero llenas de significado. Pájaros que en lugar de trinar amartillean las horas de un reloj ya de por sí confuso.

El banco que se decide por el sol, las sombras que se van. O se iban, al fin y al cabo «bajo un ciprés sólo se cobija uno».

Una «X» roja en un cuaderno usado. ¿Pasar página o intentar salvarla? Salvar la página, salvarla a ella.

El viento mece las palmeras que el sol insiste en achicharrar. Otra soledad, misma soledad sur.

Un teléfono que no suena, un miedo que crece.

Un banco al que no le queda más sombra que la propia. ¿Serán las sombras como el agua, que tiende a buscarse hasta el final? ¿Serán los finales como el viento, que no deja de rugir?

Una sombra pensativa, una «X» roja en un cuaderno usado, una página que no sabe si salvarse, un banco que alterna luces y sombras, un viento paciente y una mujer hermosa que no puede dibujarse porque hay una «X» roja en su cuaderno usado.

(*)PD: La magnífica fotografía es de India http://www.flickr.com/photos/creatuvida/3462778549/, muchas gracias por dejarme usarla.

De invierno a primavera (I)

Invierno sombrío, sembrado de gris, como nunca antes lo estuvo. Turbio, de dudoso fin.

Cuando uno no tiene dónde agarrarse, la caída no termina.

Las mañanas comienzan con las sábanas agarrándome para que no huya. De veras que les haría caso si en ellas la noche no escondiese las mismas pesadillas que el día. Salgo a la calle, el paseo aguarda con esos arboles tristes de las fotos de antaño. El viento frío golpea la piel y me recuerda que sigo vivo, que estoy despierto, que esto es real. Los campos son desiertos de hielo, un fondo marrón y cuatro briznas de un verde que lucha con el blanco. Y pierde.

La jornada es como una terapia de hipnosis, mucho rato haciendo cosas sin sentido, que no recordarás más tarde. Vuelta al camino, ya ha oscurecido. Los árboles se asoman de dos en dos. Aparecen por delante, desaparecen por detrás.

Es como si tuviese un gran foco sobre mí.

Llego a casa. Ceno. Hago ver que no me importa no saber qué decir, no saber qué hacer. Me acuesto. El despertador me grita, las sábanas me agarran.